16-04-2010
De mi amiguita Julia recuerdo lejanamente
ciertas particularidades. Entre todas las muñecas que tuvo en su infancia,
recuerdo que tenía la costumbre de desarmarlas, o sea:
De pronto les quitaba los brazos, las piernas,
la cabeza y en ocasiones los ojos, que eran de vidrio, las partes eran de
porcelana y el cuerpo relleno de trapo, por aquellos años.
No es que tuviera maldad, o quisiera hacerles
daño, si no, que se trataba de una simple curiosidad infantil, de saber que
habría dentro de ese cuerpo inerte, imagino.
Siempre terminaba desarmando alguna parte de
la muñeca de turno, y como era lógico se terminaba rompiendo. Creo que quizás le
llamaría la atención, el porque la expresión de sus caras no cambiaba, ellas
siempre tan inexpresivas; entonces supongo que hurgaba sus adentros para saber
que escondían en su corazón…
Un buen día llegó de visita la tía Lola desde
Bs. As. ¡Oh sorpresa para Julia!, traía entre los regalos una muñeca para ella.
Una muñeca negra, la muñeca más asombrosa y hermosa que vieran jamás sus ojos
azorados, y que yo luego pude comprobar. Era negra azabache, totalmente de
porcelana. No recuerdo
mucho más de su aspecto, pero sí que era preciosa.
También sabíamos Julia y yo, que era algo
nunca visto por aquellos años, mucho menos en Montevideo. Quien sabe cual sería
su procedencia, pero lo cierto que había llegado a manos de mi amiguita en cuestión, por obra y
fuerza de misteriosos causales. Enseguida supe que la adoptaba por encima de
todas las muñecas que había tenido. Ella era única, diferente, asombrosa, dijo,
lo cual yo compartía. Entonces supe que era tan diferente y especial, que jamás
tuvo que desarmar sus partes para saber que guardaba en su corazón. La
conservaba entera e intacta, porque la comunicación de entrada fue total, era
la muñeca perfecta con la cual siempre había soñado mi querida amiguita de la infancia.
Durante un corto tiempo, solo ella fue el motivo de su felicidad, su compañera
predilecta, a tal punto que llegué a sentir pequeños celos repentinos. Amaba a
su muñeca como si fuera una hermana. Su querida abuelita no pensaba ni sentía
lo mismo, decía que una muñeca negra traía mala suerte. Insistía con ese
comentario cada vez que visitaba a Julia, opacando sus encuentros contaba mi
amiguita tristemente.
Un mal día al irse de viaje con sus padres y
en ocasión de que no quisieron que llevara a su muñeca negra; la abuelita presionada
por sus propios miedos, aprovechó y la hizo desaparecer.
Nunca supo la querida abuelita en su ingenua
ignorancia, el daño que causó…
Tenía siete años para ese entonces mi querida
Julia.
Jamás volvió a poder jugar con muñecas, ni yo
a poder compartir las mías con ella.
Gladys Goldszteyn