Atardece.
Huye la luz,
el día agoniza
entre silencios
que parecen
perpetuos.
Invierno.
Cada uno corre
a cobijarse
entre los suyos,
entre sus cosas.
Cada uno
tiritando su frío,
su soledad,
busca su biblia,
y reza e implora.
¿Habrá quien escuche,
el sonido de tanta fé?…
¿Habrá quien se apiade
de tantos ruegos´?…
Heme aquí
entre mis versos,
poniendo rosas,
me clavo espinas.
Y sangro, sangro.
Una vez más.
Gladys Goldszteyn.
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