La anciana me miraba atentamente.
En esa actitud la descubrí, de pronto. Ella sentada en su silla de ruedas. Yo con las boletas a pagar. El dinero en la mano, esperando mi turno en el correo. Sumida en mis pensamientos, la miro nuevamente, y me doy cuenta de que no me saca los ojos de encima. Me pregunto: -¿Que estará pensando?- Me percato de que me habla, a través de sus ojos borrosos de cielo. Comienzo a descifrar sus mensajes de lleno. De pronto leo en su mirada: -No me ignores, te conozco, piensa que tu también vas a llegar. -Somos vecinas, ¿me reconoces? ¿Te acuerdas de mí? ¿Entonces porque a tu paso jamás me saludas? -¿Sabes?, sufro de alzhéimer, pero en este momento te recuerdo; te veo pasar en un ir y venir diario. -Muchas veces te veo cuando estoy en la ventana, otras tomando sol en la vereda. -Una vez intenté hablarte, llamándote, pero no me escuchaste. -Y entonces pensé, ¿que te estaría pasando para estar tan distraída y apurada?... Que cosa peor puede pasar por la mente de una persona me pregunté, que verse mayor y enferma, sumida de a ratos en la nada, en la muerte de la memoria. -Ahora que estoy de vuelta, te miro para decirte desde mis ojos: -Que aquí estoy, que me registres, que agites tu mano cuando me veas. -Aunque no siempre yo pueda verla…
Gladys Goldszteyn.
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