martes, 19 de julio de 2011

La otra Penélope

Leía incansablemente. Noches enteras en vela leyendo, hasta el amanecer. Seguro en algún momento sonaría el timbre de la puerta, que a su vez le robaría el placer de seguir con la lectura. Casi corriendo bajaba las escaleras hasta llegar a su encuentro. Besos emocionados sin palabras, manos que se estrujaban, abrazos y más besos hasta quedar sin aliento. Sorprendían a los vecinos, de madrugada charlaban sentados al cordón de la vereda, en invierno matecitos calentitos en casa. Penélope salía de trabajar y leía y esperaba, tardes, nochecitas y noches enteras a que él llegara. Pasaron días, noches y semanas, se percató de pronto que el timbre había dejado de sonar. Lo amaba con locura. Acudió en su búsqueda. No hubo más lo que esperar, la relación quedó trunca rubia platinada de por medio.
Un día decidió ir a leer al parquecito de enfrente, hacía mucho frío, se olvidó del reloj y del tiempo. Pasó días y noches ensimismada en la lectura, loca de amor, desvariada de tormento. El frío le helaba los huesos. Sus ojos se cerraron en la última página de la historia de amor que estaba leyendo. El timbre volvió a sonar… nadie corrió a ese encuentro.

Gladys Goldszteyn.

                                                  
                                                                                                                       imágen Picasso.

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