miércoles, 22 de diciembre de 2010

El niño y la luna




Esta es la historia de Juanito, un niño como cualquier otro.
Pero no tanto, ya que es un niño muy inteligente para su edad, y con pensamientos demasiado elevados para la misma. De forma contraria a sus compañeros de colegio, en donde alguno que otro estaba enamorado de su maestra o de su compañerita de banco, Juanito estaba enamorado de la luna. Blanca, bella y esplendorosa, solía sentarse al borde de su ventana, y por las noches contemplarla, al menos un rato, antes de irse a dormir. Le iba descubriendo rasgos de una cara femenina: aparecían las cejas, los ojos, la nariz y la boca, y cada noche observaba una expresión diferente en ella. A veces parecía que lloraba, a veces que reía, y cada noche la sonrisa era diferente. Sin duda era el rostro más bonito que hubieran contemplado sus ojos, se decía. Se iba a dormir tonto de felicidad, cuando le parecía que lo miraba y le sonreía. Entonces hasta soñaba con ella, se veía en un largo viaje ascendiendo en una extraña nave plateada, como de otra galaxia.
Flotando entre nubes blancas transcurría su sueño, y sentía elevarse infinitamente, pero nunca llegaba a destino. Al despertarse a la mañana, recordaba el sueño, que siempre en mitad del recorrido se desvanecía. Una noche mirándola a los ojos le dijo: sé que me esperas y yo quiero llegar allí alto, donde tú estás para mecerme en tus brazos de lino, pero siempre que te sueño, me quedo en el camino.

Dime mi luna blanca:
¿cómo puedo hacer para llegar
donde tu inalcanzable manto me envuelva
y besar tus ojos de perlas?...
Dime mi bella novia blanca:
¿por qué no te alcanzan ni las estrellas?...
Y dime,
¿cuándo construirán naves en la tierra
que me lleven fácilmente donde tu estás?...
Y en eso anda Juanito, probando formas de mirar y concebir el mundo.

Gladys Goldszteyn.


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